Por A. W. Tozer.
Recientemente leí en una revista un artículo (…) Empezaba
con una pregunta: “¿Necesita una persona hacer a Cristo Señor como requisito
para la salvación?”. No menos de diez veces en el artículo de dos páginas, el
autor hablaba de “hacer a Cristo Señor” de nuestra vida*. Semejante
terminología se ha hecho tan familiar en nuestra generación que algunos
cristianos se inclinan a creer que es bíblica, pero no lo es.
La Biblia no habla de nadie que “haga” a Cristo como Señor,
excepto Dios mismo, quien “le ha hecho Señor y Cristo” (Rom. 14:9; Fil. 2:11),
y el mandamiento bíblico tanto para pecadores como para santos no es “hacer” a
Cristo Señor, sino acatar su señorío. Los que rechazan su señorío le honran
sólo de labios, no son salvos (ver 1 Cor. 12:3; Luc. 6:46-49). Sabemos que por
las palabras de Jesús en Mateo 7:22, muchos de los que admiten el señorío de
Cristo de palabra o de manera intelectual, serán rechazados en el
Cielo, porque no hacen la voluntad del Padre que está en el
Cielo. Todos los que creen en la Palabra de Dios, estarán de acuerdo en que
Jesús es Señor en todo tiempo y para siempre, ya sea que alguien reconozca su
señorío o se someta a su autoridad, como si no lo hace. (…) En Mateo 7:21-22 y
Lucas 6:46-49, Jesús atacó la posición falsa de quienes le llamaban Señor pero
no le conocían en realidad, y dejó claro que la obediencia a la autoridad
divina es un requisito previo para entrar en el reino. Evidentemente, su
señorío es una parte integrante del mensaje de la salvación.
John MacArthur en El Evangelio según Jesucristo
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* Rich
Wager, “This So-Called ‘Lordship Salvation’”. Confident Living, July-August
1987, págs. 54, 55.
UN CRISTO DIVIDIDO, UNA HEREJÍA EVANGÉLICA
Por A. W. Tozer
“Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que
antes teníais estando en vuestra ignorancia”
1ª de Pedro 1:14
Las Escrituras en ninguna parte enseñan que la persona de
Jesucristo o ninguna de sus funciones u oficios importantes los cuales Dios le
dio, puedan ser divididos o ignorados.
Pero ha entrado una herejía muy perniciosa a través de todos
nuestros círculos evangélicos cristianos. Es un concepto ampliamente aceptado
de que nosotros como humanos podemos escoger aceptar a Cristo únicamente porque
lo necesitamos como nuestro Salvador, y que tenemos el derecho de posponer
nuestra obediencia a Él como nuestro Señor, por todo el tiempo que queramos.
Este concepto ha brotado naturalmente de un mal entendido de
lo que la Biblia dice en realidad acerca del discipulado cristiano y la
obediencia. Confieso que yo estaba entre aquellos que lo predicaban, antes de
que empezara a orar a conciencia, a estudiar diligentemente, y a meditar con
angustia sobre todo este asunto.
Creo que lo siguiente es una declaración semejante a lo que
a mí se me enseñó en mi primera experiencia cristiana: “Nosotros somos salvos
recibiendo a Cristo como nuestro Salvador y somos santificados recibiendo a
Cristo como nuestro Señor. Y es posible que hagamos lo primero sin hacer lo
segundo”. Ciertamente este concepto requiere de una profunda modificación en
las mentes y que muchos la corrijan para guardarnos del error.
La verdad es que la salvaciÓn separada de la obediencia no
existe en las Escrituras. Pedro hace ver muy claro que nosotros somos “elegidos
según la presciencia (conocimiento anticipado) de Dios el Padre, a través de la
santificación del Espíritu para obediencia” (1a de Pedro 1:2, paráfrasis del
autor).
Que tragedia es que en nuestros días, oímos muy seguido que
el evangelio se predica sobre estas bases: “¡Ven a Jesús! No tienes que dejar
nada, no tienes que cambiar nada, no tienes que entregar nada, no tienes que
dar nada a cambio, únicamente ven a Él y cree en Él como tu Salvador”.
Así que la gente viene y cree en el Salvador. Más tarde en
una reunión o en una conferencia ellos oirán otro llamado: “Ahora que tú ya has
recibido al Señor como tu Salvador, lo tomarás o lo recibirás como tu Señor?”.
El hecho de que esto se oiga en todas partes no lo hace
correcto. Insistirle a la persona que crea en un Cristo dividido es una
enseñanza incorrecta. ¡Nadie puede recibir la mitad de Cristo, o la tercera
parte de Cristo, o una cuarta parte de la persona de Cristo!
He oído a siervos de Dios decir con buena intención: “Ven y
cree en la obra terminada (ya todo está hecho)”. Esta obra no te va a salvar.
La Biblia no nos dice que creamos en una función o en una obra. Más bien dice
que creamos en el Señor Jesucristo, la persona que ha hecho esta obra y que
tiene todas esas funciones.
Me parece sumamente importante que Pedro hable de sus
compañeros cristianos de aquel tiempo como “niños obedientes” (Ver 1a de Pedro
1:14). Él no les estaba dando una orden o una exhortación a ser obedientes. En
realidad él dijo: “Supongo que ustedes son creyentes, por eso también creo que
son obedientes. Así que ahora, como niños obedientes, hagan esto y esto”.
La obediencia se enseña a través de toda la Biblia y la
verdadera obediencia es uno de los requerimientos más difíciles en la vida
cristiana. Separada de la obediencia no puede haber salvación, la salvación sin
obediencia no es posible porque es contraria a lo que está escrito en la
palabra de Dios.
La esencia del pecado es la rebelión en contra de la autoridad
divina
Dios dijo a Adán y a Eva: “No comerás de este árbol, porque
en el día que tú comieres ciertamente morirás” (Ver Génesis 2:16-17). Esta es
una orden divina que requería obediencia de parte de aquellos que tenían
voluntad propia y el poder de escoger.
A pesar de la advertencia tan fuerte que se les dio, Adán y
Eva extendieron la mano y comieron de la fruta, y así desobedecieron y se
rebelaron, trayendo el pecado y la condenación sobre sí mismos.
Pablo escribe clara y directamente en el libro de Romanos
acerca de “la desobediencia del hombre”. Lo que escribió el apóstol es una
palabra dura dada por el Espíritu Santo: “Por medio de la desobediencia de un
hombre vino la caída de la raza humana” (Ver Romanos 5:12-21).
En el evangelio de Juan está muy claro que el pecado es
desobediencia a la ley de Dios.
El cuadro de los pecadores que Pablo describe en el libro a
los Efesios concluye que la gente del mundo son “los hijos de desobediencia”.
Pablo quiere decir que la desobediencia los caracteriza, que constituye su
condición, que los moldea. Que la desobediencia se ha convertido en una parte
de su naturaleza.
Todo esto nos da un antecedente para la gran pregunta que
siempre ha surgido ante la raza humana: ¿quién es el jefe? Esto se convierte en
una serie de tres preguntas: ¿a quién pertenezco?, ¿a quién le debo lealtad?,
¿quién tiene autoridad para requerirme obediencia?
Yo supongo que de toda la gente del mundo, son los
americanos los que tienen mayor problema para obedecer a alguien o a algo. Eso
es, porque se supone que los americanos son los hijos de la libertad. Son el
resultado de una revuelta. Produjeron una revolución cuando tiraron las pacas
de té al mar desde el barco en el puerto de Boston. Hubo discursos y dijeron:
“El sonido de las armas será llevado por el viento que sopla desde la comunidad
de Boston”, y también, “¡Dame la libertad o dame la muerte!”. Esto está en la
sangre americana, y cuando alguien dice, “tú le debes obediencia a tal o a
cual”, inmediatamente se erizan. En realidad, no nos agrada la indicación de
someternos en obediencia a nadie.
Igualmente, la gente de este mundo tiene una contestación
lista y rápida a las preguntas de dominio y obediencia. Dirían, “yo me
pertenezco a mí mismo, nadie tiene autoridad para requerirme obediencia”.
Nuestra generación hace gran alarde de esto; le damos el
nombre de “individualismo” (sistema de refinado egoísmo), y sobre la base de
nuestra individualidad demandamos el derecho de decidir por nosotros mismos.
Ahora bien, si Dios nos hubiera hecho meramente máquinas, no
tendríamos el poder de decidir por nosotros mismos. Pero como nos hizo a Su
imagen, y nos hizo para que fuéramos criaturas morales (de buenas costumbres y
acciones lícitas), por lo tanto el Señor nos ha dado ese poder.
Insisto en que no tenemos el derecho de decidir por nosotros
mismos, porque Dios nos ha dado el poder mas no el derecho de escoger la
maldad. Viendo que Dios es un Dios santo y que nosotros somos criaturas morales
con el poder pero no el derecho de escoger la maldad, ningún hombre tiene
ningún derecho de mentir. Tenemos el poder de robar: puedo salir a la calle a
conseguir un abrigo mejor que el que tengo ahora. Puedo entrar a un lugar y
robarme ese abrigo y salirme por una de las puertas de los lados sin ser
observado. Tengo el poder, pero no tengo el derecho.
También tengo el poder de usar un cuchillo, una navaja, o
una pistola para matar a cualquier persona, pero no tengo este derecho.
En realidad, solamente tenemos derecho de hacer el bien,
porque Dios es bueno. Sólo tenemos derecho de ser santos, pero no malos. Adán y
Eva no tenían ningún derecho moral de comer del árbol del conocimiento del bien
y del mal, y al hacerlo, usurparon un derecho que no era de ellos.
El poeta Tennyson ha de haber estado pensado acerca de esto
cuando escribió en sus “Memorias”: “Nuestras voluntades son nuestras, no
sabemos como; nuestras voluntades son nuestras, para hacerlas tuyas Señor”.
Este misterio de la libre voluntad del hombre es demasiado
grande para nosotros. Tennyson dijo: “…no sabemos cómo”. Pero continúa
diciendo, “…nuestras voluntades son nuestras, para hacerlas tuyas Señor”. Y
este es el único derecho que tenemos aquí: hacer de nuestra voluntad la
voluntad de Dios; para hacer de la voluntad de Dios nuestra voluntad.
Debemos recordar que Dios es el Soberano y nosotros las
criaturas. Él es el Creador y por eso tiene derecho de ordenarnos. Nuestra
obligación es obedecer. Es una obligación agradable y puedo decir, que “su yugo
es fácil y ligera su carga” (Ver Mateo 11:30).
Ahora vuelvo al punto de la insistencia humana de que Cristo
tenga con nosotros una relación dividida. ¿Cómo se puede hallar apoyo para
enseñar que nuestro Señor Jesucristo puede ser nuestro Salvador sin ser nuestro
Señor? ¿Cómo se puede continuar enseñando que se puede ser salvo sin ninguna
intención de obedecer a nuestro Señor? (Ver Hechos 2:36).
Estoy convencido de que cuando un hombre cree en Jesucristo,
debe creer en todo el Señor Jesucristo, sin ninguna reserva. Yo creo que no es
correcto ver a Jesucristo como un tipo de enfermero divino a quien nosotros
acudimos cuando el pecado nos ha enfermado, y que después de que nos ha ayudado
decirle “adiós”, y seguir por nuestro propio camino.
Vamos a suponer que entro a un hospital y le digo al
personal que necesito una transfusión de sangre, o una radiografía de mi
próstata. Después de que ellos me prestan sus servicios y me atienden, me salgo
por la puerta del hospital con un alegre “adiós”, diciéndoles que fueron muy
bondadosos en ayudarme cuando lo necesité, y me voy como si no les debiera
nada.
Puede ser que esto suene grotesco, pero pinta claramente el
cuadro de aquellos a quienes se les ha enseñado que pueden usar a Jesús como
Salvador en el tiempo en que lo necesiten, pero sin reconocerlo como Señor y
sin deberle obediencia y lealtad.
En ninguna parte de la Biblia se nos enseña a creer que
podemos usar a Jesús como Salvador y no reconocerlo como nuestro Señor. Él es
el Señor, y así, como Señor, nos salva porque tiene todas las funciones u
oficios de Salvador, de Cristo, de Sumo Sacerdote, y Él mismo es sabiduría,
justicia, santificación y redención. Todo esto forma parte de Él como Cristo el
Señor.
Nosotros no podemos ir a Jesucristo como obreros astutos y
decirle, “tomaremos eso y aquello, pero no tomaremos esto”. No vamos a Él como
quien compra muebles para su casa y le dice al vendedor, “me llevo esta mesa,
pero no quiero la silla”, ¡dividiéndolo! ¡No! ¡Es todo de Cristo, o nada de
Cristo!
Necesitamos predicar otra vez al mundo un Cristo completo.
Un Cristo que será Señor de todo, o no será Señor de nada.
La salvación verdadera restaura el derecho de la relación
entre el Creador y la criatura, porque vuelve a dar derecho a nuestro
compañerismo y comunión con Dios. Ustedes se podrán dar cuenta que en este
tiempo se ha enfatizado mucho la condición del pecador. Se habla mucho acerca
de las aflicciones del pecador, de su pena y de las grandes cargas que lleva,
pero nos hemos olvidado del hecho principal, que el pecador es en realidad un
rebelde en contra de la autoridad perfectamente constituida de Cristo.
Esto es lo que hace al pecado, pecado. El pecador es un
rebelde. Es hijo de desobediencia. El pecado es el quebrantamiento de la ley, y
el pecador es un rebelde, fugitivo de las leyes justas de Dios.
Vamos a suponer que un hombre escapa de una prisión.
Ciertamente tendrá penas y angustias. Le va a doler cuando se golpee contra
troncos, piedras y cercas, igual que cuando se arrastre por ahí en la
obscuridad. Va a tener hambre, va a sentir frío y cansancio, va a estar cansado
y entumido de frío. Todas estas cosas le pasarán, pero son incidentales
comparadas al hecho de que es un fugitivo de la justicia y un rebelde en contra
de la ley.
Lo mismo pasa con los pecadores. Ciertamente tienen el
corazón quebrantado y llevan una carga muy pesada; la Biblia nos muestra acerca
de su condición. Pero ésta, es incidental al compararla con el hecho que nos
muestra la razón por la cual el pecador es lo que es: que se ha rebelado contra
la ley de Dios, y es un fugitivo del juicio divino.
Esto es lo que constituye la naturaleza del pecado. La carga
pesada de miseria y tristeza, la culpabilidad y otras consecuencias,
constituyen únicamente lo que brota de una voluntad no rendida al Espíritu
Santo. Así que la raíz del pecado es la rebelión en contra de la Ley, la
rebelión en contra de Dios. ¿No es el pecador el que dice, “yo me pertenezco a
mí mismo, yo no le debo lealtad a nadie a menos que yo quiera dársela?” Esta es
la esencia del pecado.
Pero, gracias a Dios, la salvación cambia esto y restaura la
relación anterior. Así que, lo primero que hace el pecador que ha regresado a
los caminos de Dios, es confesar: “Padre, he pecado contra el cielo y contra
ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros
(siervos)” (Lucas 15:18-19).
En el arrepentimiento, nuestra relación con Dios es
restaurada y nos entregamos completamente a la Palabra de Dios y a Su voluntad
como niños obedientes (Ver Hechos 3:19).
La felicidad de todas las criaturas morales descansa
exactamente en esto: dar obediencia a Dios. El salmista clamó: “Bendecid a
Jehová, vosotros sus ángeles, poderosos en fortaleza, que ejecutáis su palabra,
obedeciendo a la voz de su precepto“ (Salmos 103:20).
Los ángeles en el cielo tienen su libertad completa y su
máxima felicidad al obedecer los mandamientos de Dios. Ellos no lo ven como una
tiranía, sino que lo consideran como un deleite.
He estado examinando una vez más los misterios del primer
capítulo de Ezequiel y no los entiendo. Hay criaturas con cuatro caras y cuatro
alas, seres extraños haciendo cosas extrañas. Hay ruedas y otras ruedas en
medio de las primeras. Sale fuego del norte y las criaturas van derecho hacia
adelante y algunas bajan sus alas y las ondean. Seres extraños y hermosos todos
divirtiéndose de lo lindo, deleitándose completamente con la presencia de Dios
y en el hecho de que ellos pueden hacerlo.
El cielo es un lugar en donde te entregas a la completa
voluntad de Dios y, ¡es el cielo porque ahí mora Dios! Por más que digamos de
sus puertas de perlas, sus calles de oro y sus paredes de jade, ¡el cielo es el
cielo porque es el mundo de los hijos obedientes! El cielo es el cielo porque
los hijos del Dios Altísimo encuentran que están en su ambiente natural como
seres morales obedientes.
El infierno es el mundo del rebelde. Jesucristo dijo que hay
fuego y gusanos en el infierno, pero esa no es la razón por la cual es el
infierno. Puede que soportes los gusanos y el fuego, pero para una criatura
moral que sabe y se da cuenta que él está en donde está porque es un rebelde,
esa es la esencia del infierno y del juicio. Ese es el mundo eterno de todos
los rebeldes desobedientes que han dicho, “yo no le debo nada a Dios”.
Este es el tiempo que se nos ha dado para decidir. Cada
persona hace sus propias decisiones acerca del mundo eterno donde va a vivir.
Nosotros no podemos creer en un Cristo dividido. Debemos
recibirlo a Él por lo que Él es —¡El Salvador ungido y el Señor que es el Rey
de Reyes y Señor de Señores!— Cristo no sería quien es, si nos salvara, nos
llamara y nos escogiera, sin el entendimiento de que Él también va a guiarnos y
a controlar nuestras vidas.
¿Es posible que nosotros realmente pensemos que no le
debemos obediencia a Jesucristo? Le debemos obediencia desde el segundo en que
clamamos a Él pidiéndole que nos salvara, y si no le damos a Él esa obediencia,
tengo razones para preguntarme si estamos realmente convertidos.
La Biblia dice: “Este mismo Jesús a quien vosotros
crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Ver Hechos 2:36). Jesús
significa “Salvador”. Señor significa “Soberano”. Cristo significa “El Ungido”.
El apóstol no predicó a Jesucristo como Salvador, él predicó a Jesucristo como
Señor, Cristo y Salvador. Él nunca dividió su Persona o sus funciones u oficios.
Tres veces en el libro de los Romanos (Romanos 10:9-13) el
apóstol llama a Jesucristo “Señor”. El dice que la fe en el Señor Jesús más la
confesión de esa fe al mundo, nos trae salvación.
Escudriña las Escrituras. Lee el Nuevo Testamento. Si tú has
sido enseñado a creer de una manera equivocada en un Salvador dividido, debes
estar gozoso de que aún haya tiempo para arrepentirte y confiar en el
verdadero. Él es el único que te llevará a la vida eterna.
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