Y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono
un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos. Y vi a un
fuerte ángel que pregonaba a gran voz: ¿Quién es digno de abrir el libro y de
desatar sus sellos? Y nadie, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la
tierra, podía abrir el libro ni mirar su contenido. Y yo lloraba mucho, porque
nadie había sido hallado digno de abrir el libro ni de mirar su contenido.
- Apocalipsis 5:1-4
El apóstol Juan ve un trono y a Uno sentado sobre el trono
con un libro en Su mano derecha. Note cuan poco Juan vio sobre El que estaba
sentado. Hay un propósito en su silencio. ¿Cómo puede Dios ser descrito sin
disminuir Su gloria de alguna manera y traer deshonra a Su nombre? La mente del
hombre no puede comprenderlo y el lenguaje de los hombres no puede comunicar
aun lo poco que el hombre puede comprender.
Las cosas escritas en estos pocos versículos y los que
siguen, parecen indicar que el libro que Juan vio, contiene la revelación del
propósito de Dios y Su plan para toda la historia: pasada, presente y futura.
El rollo está escrito por dentro y por fuera, indicando que
es voluminoso y completo; cada detalle de la historia es encontrado en el
rollo. Es la posesión de Dios, indicando que Él es el autor de éste. Él
sostiene el rollo en Su mano derecha, la cual a través de las Escrituras
comunica autoridad y poder.
Las cosas escritas en el libro son magníficas certezas de Su
providencia.
Ellas serán cumplidas al pie de la letra: cada jota y desde
pequeña A hasta la Z. El poder y la sabiduría de Dios son ciertamente revelados
aquí. Cada aspecto del esfuerzo humano, desde el más grande evento histórico
hasta el más mínimo movimiento del dedo de un bebé, es conocido de antemano y
ordenado por Dios. ¡Esto de por sí es suficiente para movernos a reverenciar y
adorar a Dios!
Los pensamientos de Juan son prontamente interrumpidos por
la alta voz de un fuerte ángel que hace una pregunta que pronto llevaría a Juan
a las lagrimas: “¿Quién es digno de abrir el libro?” La voz es grande, de modo
que ésta puede llegar a los oídos de toda criatura en los cielos, en la tierra
y debajo de la tierra.
“¿Quién es digno, quien esta cualificado, quien es capaz de
dar a conocer el propósito y plan de Dios y de llevarlos a cabo con absoluta
perfección?”.
El mero hecho de que el ángel hiciera esta pregunta y no
hubiera respuesta al llamado, demuestra que ni aun la más poderosa y santa de
las criaturas de Dios es digna de tomar la tarea en cuestión. Toda la historia
se vuelca sobre una sola necesidad: la redención; y un sólo evento donde el
pago por el pecado sea hecho y la justicia satisfecha: la cruz. ¿Cuál criatura
en los cielos o en la tierra es digna y capaz de vivir una vida perfecta en la
carne de una humanidad caída; de tomar el pecado sobre sí y aun no pecar; de
cargar con la ira de Dios y sobrevivir; y de pagar por los pecados de muchos
con una vida de infinito valor? La totalidad de la creación de Dios debe
inclinarse ante Dios y reconocer que no se encuentra ninguno en este reino con
tales cualidades. El más grandioso ángel en los cielos, declara: “No nos mires
a nosotros”. El más eminente de los reyes, el más consagrado de los sacerdotes,
el más sabio de los profetas y sabios rasgan sus vestiduras y exclaman: “No nos
mires a nosotros”. Los más poderosos de los que han muerto, cuyas obras están
grabadas en los anales de la historia, gritan desde abajo de la tierra: “No nos
mires a nosotros”. ¿Cuál criatura en los cielos, en la tierra o el infierno se
atrevería a acercarse al trono de Dios y tomar cualquier cosa de Su mano?
Al no ver respuesta de las grandes y más santas criaturas,
el apóstol Juan lloraba mucho. La palabra traducida “llorar” viene de la
palabra Griega “klaío” la cual comunica dolor y aflicción; es un lloro como uno
que llora por la muerte de alguien. Juan literalmente “rompió en lagrimas”. El
rollo tenia las llaves de la redención del hombre pero aun nadie entre las
criaturas de Dios fue hallado digno de abrirlo o ejecutarlo. Simón Kistemaker
escribe: “La maldición de Dios seguiría sobre el resto de la pecadora
humanidad, la creación no sería librada de la esclavitud de la corrupción
(Romanos 8:21), y el sufrimiento sería interminablemente. (NTC, Apocalipsis,
p.204). Juan rompió en lloro.
Entonces uno de los ancianos me dijo: No llores; he aquí, el
León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha vencido para abrir el libro y
sus siete sellos. Miré, y vi entre el trono (con los cuatro seres vivientes) y
los ancianos, a un Cordero, de pie, como inmolado, que tenía siete cuernos y
siete ojos, que son los siete Espíritus de Dios enviados por toda la tierra. Y
vino, y tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono.
– Apocalipsis 5:5-7
Antes de que el corazón del profeta y su esperanza estuviera
perdida sin posibilidad de recobrarse, su llanto es detenido por uno de los
ancianos que está al tanto de un conocimiento que pronto cambiaría la tristeza
de Juan en gozo. El anciano manda a Juan a que dirija sus ojos hacia el
Cordero. El mandato del anciano “He aquí”, es una maravillosa transición y un
mandato para ser obedecido por todos los hombres en toda circunstancia. No hay
esperanza que se pueda encontrar en la más poderosa y noble de los seres creados,
pero una mirada al Cordero que fue sacrificado, puede restaurar las ruinas de
la esperanza demolida. El anciano describe al Cristo glorificado como “El
León”. Jacob se refirió a Judá como un “Cachorro de León” y profetizo que de él
vendría el Mesías a quien las naciones obedecerían. (Génesis 49:9-10). Albert
Barnes escribió: “El león es el rey de los animales, el monarca de la selva, y
así se convierte en el emblema de la autoridad y poder de un rey. (BN,
Apocalipsis, p.123). Tal designación comunica no solo autoridad y poder, sino
ferocidad y peligro. El Cristo de las Escrituras no es el Cristo domesticado de
la Cristiandad contemporánea de América. Juan no intenta quitarle las garras.
La segunda designación usada por el anciano para describir
al Cristo glorificado, es “La raíz de David”.
Él es retratado como un guerrero de Dios como David, quien
ha vencido a todos los obstáculos y conquistado a todos sus enemigos. El
profeta Isaías se refirió al Mesías como el “tronco o la raíz de Isaí”. (Isaías
11:1, 10) y Jeremías se refirió a Él como el “renuevo justo de David”.
(Jeremías 33:15). Estas descripciones indican que el Mesías sería de la línea
real de David. Él sería como David, y sin embargo, mucho más grande que David,
y Él es a quien David llama Señor. (Mateo 22:45).
Otra vez vemos la fragilidad de la humanidad, y la grandeza
de Cristo. La línea de David no estaba sino perdida. Estaba como un árbol caído
con sólo un tronco restante y sin vida, pero el Mesías salió como un renuevo,
llevando gran fruto. El anciano señala a Juan, al Hijo de David con corazón de
león, y no dice sino una cosa: “¡Ha vencido!”. El Mesías Dios-hombre ha ganado
el derecho de tomar el libro de la mano derecha de Dios porque a través de la
cruz, Él peleo una batalla de proporciones titánicas y salió Vencedor. Él se
ofreció a sí mismo a Dios como un sacrificio expiatorio y quitó el pecado de Su
pueblo de una vez por todas. A la vez, también triunfó sobre la muerte y el
diablo, quien tenía el imperio de ésta (Hebreos 2:14). Carlos Spurgeon
escribió:
“Nuestro campeón es digno. ¡Que batalla ha peleado! ¡Que
proezas de proezas ha ejecutado!
¡Él ha derrocado el pecado; Él ha vencido en el desierto;
ay, ¡Él ha conquistado la muerte!, ha esquilado al león en su guarida; ha
entrado al calabozo que es sepulcro, y ha derrumbado sus murallas! Por lo cual,
Él era digno, en el sentido de valor, de volver del país lejano para heredar
como el glorioso Hijo del Padre, héroe de los cielos, y para tomar el libro y
abrir sus sellos. (MTP, Vol.35, p.388).
La referencia a Jesucristo como “un Cordero estando como
inmolado o sacrificado es poderosa.
Simón Kistemaker escribió: “Esto significa un cuerpo que ha
sido cortado en piezas pero que ha sido sanado y es capaz de estar en pie. Las
marcas de Sus herida todavía son visibles, como lo estaban cuando se le dijo a
Tomás que mirara a las manos de Jesús y tocara la cicatriz en su costado. (NTC;
Apocalipsis, p.206). La imagen no es la de un cordero apenas capaz de estar
parado, sino de la un poderoso campeón, quien aunque cargando las terribles
cicatrices de la batalla, permanece lleno de fortaleza divida.
El Cordero permanece en pie en el medio o el centro del
trono. Él lleva las marcas de una tremenda batalla con la muerte, y aún
permanece triunfante. El triple uso del siete representa lo completo y la
perfección. Los siete cuernos del Cordero representan Su absoluto poder y
soberanía. Toda la autoridad ha sido dada a Él en los cielos y en la tierra
(Mateo 28:18). Los siete ojos comunican que Él lo ve todo y posee un perfecto e
inmediato conocimiento de todas las cosas. Nada escapa a su conocimiento (1
Corintios 4:5). Los siete ojos son identificados como los siete Espíritus de
Dios enviados por toda la tierra. De nuevo, el número siete se refiere a lo
completo o pleno del Espíritu. El Cordero está presente en el trono de Dios, ha
enviado al Espíritu (en toda Su plenitud) hasta los últimos confines de la
tierra para observar todas las cosas y operar en todas las cosas conforme a Su
voluntad. Este mismo Espíritu ha sido enviado por el Cordero para reunir a un
pueblo de cada tribu y lengua y pueblo y nación, y para capacitarlos para
servirle.
Cuando tomó el libro, los cuatro seres vivientes y los
veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; cada uno tenía un arpa
y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos. Y
cantaban un cántico nuevo, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir
sus sellos, porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre compraste para Dios a
gente de toda tribu, lengua, pueblo y nación. Y los has hecho un reino y
sacerdotes para nuestro Dios; y reinarán sobre la tierra. Y miré, y oí la voz
de muchos ángeles alrededor del trono y de los seres vivientes y de los
ancianos; y el número de ellos era miríadas de miríadas, y millares de
millares, que decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado digno es de
recibir el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria
y la alabanza. Y a toda cosa creada que está en el cielo, sobre la tierra,
debajo de la tierra y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay , oí
decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la
honra, la gloria y el dominio por los siglos de los siglos. Y los cuatro seres
vivientes decían: Amén. Y los ancianos se postraron y adoraron.
- Apocalipsis 5:8-14
Lo que la más poderosas de la criaturas de los cielos o de
la tierra no se atrevería ni siquiera a intentar, el Cordero lo cumplió. Él no
solo tomó el libro, sino que Dios se lo dio. Dios el Padre, confió el curso
entero de la historia al Hijo, el gran Mesías, nuestro Salvador.
La toma del libro, del Cordero, es inmediatamente seguida
por una erupción de adoración. Viene de cuatro fuentes, las cuales corren
juntas y forman un poderoso rio de alabanza: los cuatro seres vivientes, los
ancianos, los ángeles y el resto de la creación. Los cuatro seres vivientes son
poderosos y misteriosos seres angelicales cuya gran proximidad al trono
comunica su santidad y poder.
Los ancianos muy probablemente representan, o son
representantes reales de los redimidos.
En Apocalipsis 4:4, los ancianos son descritos “vestidos de
ropas blancas; y tenían sobre sus cabezas coronas de oro. En apocalipsis 3:5,
las ropas blancas son prometidas a los creyentes que venzan, y en apocalipsis
7:14 estas ropas son emblanquecidas en la sangre del Cordero. Los ancianos
llevan coronas de oro en sus cabezas como un signo de su autoridad. Tales
coronas y autoridad son prometidas a los creyentes a través del libro de
Apocalipsis (3:21, 5:10; 20:4, 6; 22:5), pero nunca son prometidas a los
ángeles.
Los ángeles quienes también rinden adoración al Cordero,
fueron creados para ministrar a Dios (Salmos 104:4; Hebreos 1:7) y para servir
a Su pueblo (Hebreos 1:7, 14). Ellos son dispuestos y gozosos espectadores de
la gracia dada a los redimidos (1 Pedro 1:12). Ellos adoran al Cordero por las
grandes cosas que Él ha hecho por los hombres.
El último grupo mencionado incluye al resto de la creación.
Ninguna criatura es dejada fuera de este coro de adoración dirigida al Cordero.
Parece mejor no limitar este grupo a sólo criaturas inteligentes. Debido a que
todas las criaturas han sido sujetadas a vanidad como un resultado de la caída,
y todas las criaturas están esperando su liberación, (Romanos 8:19-22), parce
lógico que “todas las cosas creadas” se refiere al total de la creación:
animada y no animada, inteligente e instintiva. Toda cosa creada en los cielos,
en la tierra y debajo de la tierra servirá de alguna manera para adorar al
Cordero: las aves de los cielos, las bestias del campo, y los monstruos de las
profundidades romperán en alabanza. Uno no puede dejar de pensar en los muchos
pasajes en el Antiguo Testamento que se presentan a Dios recibiendo adoración
de todas las cosas: estrellas, arboles, montañas, animales, etc.
La adoración ofrecida al Cordero es descrita como una “Nueva
Canción” y, por lo tanto, no puede éste no puede haber sido cantada, sino hasta
que Él terminara Su obra redentora. Según esta canción, el Cordero es digno de
tomar el libro, porque Él fue inmolado y compró hombres con Su sangre. Albert
Barnes escribe:
“Por su venida y Su muerte, Él tiene el derecho de acercarse
donde ningún otro se acercaría, y de hacer lo que ningún otro haría.”
Aunque el Cordero es digno de todas formas y por un infinito
numero de razones, es Su ser inmolado, por la redención de Su pueblo, lo que
aquí constituye Su dignidad para tomar el rollo de la misma mano de Dios.
Antes de que sigamos avanzando, es importante notar a quien
fue hecho el pago para que los hombres puedan ser comprados para Dios. Hay
aquellos que erróneamente creen que Cristo dio Su vida como un rescate a
Satanás, quien tenía al pueblo de Dios cautivo; tal pensamiento no sólo es no
bíblico, sino que bordea en la blasfemia. Las Escrituras claramente enseñan que
Cristo dio Su vida como el pago por el pecado de Su pueblo y para satisfacer la
justicia de Dios. Es primariamente de la justa condenación de la Ley que el
pueblo de Dios ha sido redimido.
El resultado de tal redención es la liberación del poder del
pecado. El gran problema de las Escrituras es “¿Cómo puede un Dios justo
perdonar a hombres pecadores?” Dios no puede actuar de una manera que
contradiga quien Él es. Él debe actuar de una manera que sea consistente con
todos Sus Atributos. Como el justo “Juez de toda la tierra”, Él debe actuar
según las estrictas reglas de la justicia. Él debe absolver al inocente y
condenar al culpable. Si Él simplemente perdonara al culpable y no castigara cada
infracción de la Ley y cada acto de desobediencia, entonces Él dejaría de ser
justo y bueno.
¿Cómo, entonces, puede Dios ser justo y al mismo tiempo,
mostrar misericordia a esos que merecen la condenación? La única manera para
Cristo, fue ofrecerse a Sí mismo como una propiciación por los pecados de Su
pueblo, un sacrificio que quitaría el pecado, satisfaría la justicia divina,
apaciguaría la ira de Dios, y abriría el camino a la misericordia divina para
que ésta sea mostrada al culpable. La lógica detrás del sufrimiento y la muerte
del Cordero es evidente: El hombre ha pecado y la paga del pecado es muerte.
Dios es justo y por lo tanto, las demandas de Su Ley deben ser satisfechas
antes de que el culpable pueda ser perdonado. El pueblo de Dios es salvado porque
el Cordero cargó con la culpa de sus pecados y fue aplastado bajo la ira del
juicio de Dios. Él tomó su lugar, cargó sus pecados, y sufrió la ira de Dios en
lugar de ellos. Los beneficios recibidos de la obra redentora del Cordero están
resumidos en el versículo 10:
“Y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y
reinaremos en la tierra.”
Hay tres privilegios específicos descritos en esta frase:
Primero, los redimidos han sido hechos ciudadanos del Reino
de Cristo. Si el carácter de un reino es determinado por el carácter de su rey,
entonces es un privilegio indescriptible simplemente el que se le permita a
alguien habitar en el reino de la tierra de Emanuel. Segundo, los redimidos han
sido hechos sacerdotes y se les ha concedido el grandioso privilegio de
ministrar ante Dios y en Su nombre. Tercero, a los redimidos se les ha
concedido la autoridad de reinar como reyes en la tierra. Los mansos no sólo
recibirán la tierra en heredad, sino que también reinarán sobre ella. Mathew
Henry escribió:
“Cada esclavo rescatado no es inmediatamente privilegiado
con el honor, él piensa que es un gran favor el que su libertad haya sido
restaurada. Pero cuando los elegidos de Dios fueron esclavizados por el pecado
y Satanás, Cristo no sólo compro su libertad, sino también el más grande honor
y privilegio. (CMH, Vol.6, p.1142).
Los cuatro seres vivientes y los ancianos que son vistos
alrededor del trono, son descritos por Juan como “millones y millones”. Juan no
intenta darnos un numero exactor, sino que Él está buscando describir esta
vasta multitud de criaturas celestiales que no puede ser contada excepto por
Aquel que las creo. Este coro celestial es tan innumerable como las estrellas
de los cielos. Fue creado para bendecir al Cordero y declarar Su dignidad:
“El Cordero que fue inmolado digno es de recibir el poder,
las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la alabanza.”
Aunque los ángeles no tienen necesidad de redención, eso no
significa que estén desinteresados.
Ellos anhelan mirar las cosas que Dios ha hecho por Su
pueblo redimido y lo adoran por esto. (1 Pedro 1:12). Ellos están intensamente
interesados en la redención del pueblo de Dios, y por esto, son llevados a un
mayor entendimiento de Dios, de Su misericordia y de Su gracia (Efesios 2:7;
3:10). Debemos siempre mantener en mente que los sufrimientos del Cordero no es
sólo el medio por el cual hombres pecadores son redimidos, sino que también es
la mayor revelación de Dios a Su creación. Los ángeles declaran en su adoración
del Cordero, que Él es digno de recibir “el poder y las riquezas, la sabiduría
y la fortaleza, el honor y la bendición que ha sido y será conferida sobre Él,
por el Padre. Ha habido muchos a través de las edades que se han burlado del
Cordero, que han rechazado el darle gloria, y aun vanamente han querido
quitarle Su gloria, pero los redimidos están eufóricos con la exaltación del
Cordero.
A raíz de las canciones cantadas por los cuatro seres
vivientes, los ancianos, y los innumerables ángeles, otra canción emerge. Y
emana de todas las otras criaturas en los cielos, en la tierra y debajo de la
tierra.
Simón Kistemaker escribió:
“Todos los seres inteligentes del universo que Dios creó,
cantan Su alabanza: los santos y los ángeles en los cielos, las aves en el
aire, el pueblo de Dios en la tierra, y todos los seres vivos en el mar y en la
tierra. El sobrecogedor coro de todas estas voces, en alabanza a Dios y al
Cordero, desafía la imaginación humana. Dios es el rey de la creación, quien
delegó el trabajo de creación y redención a Su hijo. Al Dios recibir tributo de
Sus criaturas, el Cordero también recibe tributo, porque Él ha completado la
tarea que Dios le asignó. (NTC, Apocalipsis, p.212).
La adoración termina con una bendición dirigida a Aquel que
está sentado en el trono y al Cordero:
“Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la
alabanza, la honra, la gloria y el dominio por los siglos de los siglos.”
Esta bendición demuestra que la obra de redención del Hijo
estaba en perfecta armonía con el Padre desde el mismo principio. Porque de tal
manera amó Dios que envió, y el Hijo de tal manera amó, que obedeció. La
redención del pueblo de Dios es un exquisito trabajo de la deidad por el cual
los redimidos se postran, los ángeles claman, la creación canta y los cuatro
seres vivientes dan su poderosa afirmación: ¡Amen! Todos los cielos gritan: “No
a nosotros, SEÑOR, no a nosotros, sino a Tu nombre da gloria” (Salmos 115:1).
Después de esto miré, y vi una gran multitud, que nadie
podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas, de pie delante
del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas
en las manos. Y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro
Dios que está sentado en el trono, y al Cordero. Y todos los ángeles estaban de
pie alrededor del trono y alrededor de los ancianos y de los cuatro seres
vivientes, y cayeron sobre sus rostros delante del trono, y adoraron a Dios,
diciendo: ¡Amén! La bendición, la gloria, la sabiduría, la acción de gracias,
el honor, el poder y la fortaleza, sean a nuestro Dios por los siglos de los
siglos. Amén. Y uno de los ancianos habló diciéndome: Estos que están vestidos
con vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido? Y yo le respondí:
Señor mío, tú lo sabes. Y él me dijo: Estos son los que vienen de la gran
tribulación, y han lavado sus vestiduras y las han emblanquecido en la sangre
del Cordero.
-Apocalipsis 7:9-14
¿Quién es esta multitud que adora a Dios y al Cordero? Ellos
son el número completo de los redimidos de cada tribu, nación, pueblo y lengua.
Ellos son los seguidores de Cristo a través de la historia y hasta el fin del
mundo, quienes han sufrido la tribulación y las pruebas de este mundo caído.
Albert Barnes escribió:
“Los ojos son dirigidos a una innumerable multitud,
procedente de todas las edades, todos los tiempos, y todo el pueblo, triunfante
en gloria… [Es] toda la hueste de los redimidos reunidos en el cielo, allí
reunidos como vencedores, con palmas (símbolos de triunfo) en sus manos. El
objetivo de la visión es animar a aquellos que están abatidos: en tiempos de
decadencia, en periodos de persecución y cuando el numero de los verdaderos
cristiano parezca ser pequeño; con la seguridad de que una inmensa multitud
será redimida de todo el mundo, y será reunida triunfante ante el trono de
Dios.”
Su número es más de lo que un hombre puede contar, y aun así
Dios y el Cordero los conocen a cada uno por nombre. Esta es una imagen de ese
gran día el cual cada cristiano espera. Un día cuando cada uno de los redimidos
estará en pie ante Dios y el Cordero y ofrecerá un perfecto sacrificio de
alabanza. Ésta es la completa recompensa del Cordero. En el Salmo 2:8, Dios
prometió que le daría naciones al Mesías como una herencia:
“Pídeme, y te daré las naciones como herencia tuya, y como
posesión tuya los confines de la tierra.
En Apocalipsis 7:9, la promesa está cumplida. La obediencia
de las naciones es dada ahora al Cordero. Todos los santos a través de la
historia y de cada parte del mundo cantan de común acuerdo. La maldición de
Babel ha sido revertida, y las naciones claman a una voz en perfecta armonía.
La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el
trono, y al Cordero.
Los santos son vestidos con ropas que han sido
emblanquecidas en la sangre del Cordero. Ellos no están aquí rogando por su
propia salvación o porque Dios mismo sea asegurado en el trono, sino que ellos
están atribuyendo la salvación como obra exclusiva suya. Como el profeta Jonás
escribió:
“¡La salvación pertenece a Jehová!” (Jonás 2:9).
Otra vez, Albert Barnes escribe:
Esto indudablemente será la canción de los libertados, por
siempre, y todos los que alcancen el mundo celestial sentirán que ellos deben
su liberación de la muerte eterna y su admisión a la gloria, totalmente a Él…
El significado justo es, todo lo que está incluido en la palabra salvación será
debido sólo a Dios ( la liberación del pecado, el peligro y la muerte, el
triunfo sobre cada enemigo, la resurrección de la tumba, el rescate del fuego
eterno, la admisión a un cielo santo). La victoria en todas estas cosas que la
palabra salvación implica, será debido sólo a Dios. (BN, Apocalipsis, p.184).
Estos pasajes de las Escrituras que hemos considerado en
este artículo describen lo que es la gran esperanza y el anhelo de todos los
que alguna vez han mirado a los campos blancos para la cosecha. Los obreros son
pocos y están dispersos, y la obra parece moverse a un ritmo intolerablemente
lento. Sin embargo, tenemos la gran seguridad de la Palabra de Dios, de que una
multitud que no puede ser contada será reunida y que el Cordero que fue
inmolado será recompensado por Sus sufrimientos. Quiera Dios concedernos la
gracia para darnos a nosotros mismo a éste, el mayor de todos los esfuerzos:
¡Digno es el Cordero!
Tomado de la Revista HeartCry Volumen 46, noviembre/diciembre 2005.
Esta lectura es de dimensiones insondables y profundas.
ResponderEliminarDespejó mi mente de corrupción y la llenó de sabiduría y conocimiento más valioso que el oro.
Dios bendiga a Paul Washer.